
Che, oíme
que danza la palabra en mi esqueleto,
ni Sancho podría ver el ritmo
que me engulle.
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Él volvió tras la ventana
a cantarme serenatas
de la vida, del amor,
de cómo vencer los fracasos.
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Habló de las tentativas, de reincidir...
En la luz vio mi gris amargo
y apenas una mano -te lo juro-
mi aura fue cambiando
-eso dijo él-
y sabés che, no vi nada.
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Qué decirle si mis ojos añoranza
destellaron en el cielo
y su roce me traslado a la esquina,
al Tortoni y a su abrazo.
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Che, oíme
que hoy está de fiesta mi palabra.
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Elisabet Cincotta
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